Santificación espuria, 12 de agosto
El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda
su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. 1 Juan 2:4, 5.
La santificación, tal cual la entiende ahora el mundo religioso en general, lleva en sí misma un germen de orgullo espiritual y de
menosprecio de la ley de Dios que nos la presenta como del todo ajena a la religión de la Biblia. Sus defensores enseñan que la
santificación es una obra instantánea, por la cual, mediante la fe solamente, alcanzan perfecta santidad. “Tan solo creed—dicen—y la
bendición es vuestra”. Según ellos, no se necesita mayor esfuerzo de parte del que recibe la bendición. Al mismo tiempo niegan la
autoridad de la ley de Dios y afirman que están dispensados de la obligación de guardar los mandamientos. Pero, ¿será acaso posible [240]
que los hombres sean santos y concuerden con la voluntad y el modo de ser de Dios, sin ponerse en armonía con los principios que
expresan su naturaleza y voluntad?…
El deseo de llevar una religión fácil, que no exija luchas, ni desprendimiento, ni ruptura con las locuras del mundo, ha hecho
popular la doctrina de la fe, y de la fe sola; pero, ¿qué dice la Palabra de Dios? El apóstol Santiago dice: “Hermanos míos, ¿de qué
aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?… ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin
obras es muerta?” Santiago 2:14, 20… El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seductora de la fe sin obras. No es
fe pretender el favor del Cielo sin cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es presunción, pues la fe
verdadera se funda en las promesas y disposiciones de las Sagradas Escrituras. Nadie se engañe a sí mismo creyendo que puede
volverse santo mientras viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un pecado cometido deliberadamente acalla la voz
atestiguadora del Espíritu y separa al alma de Dios… Aunque Juan habla mucho del amor en sus epístolas, no vacila en poner de
manifiesto el verdadero carácter de esa clase de personas que pretende ser santificadas y seguir transgrediendo la ley de Dios. “El que
dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en
éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado”. 1 Juan 2:4, 5—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 525, 526.
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