Señalados para la muerte, 18 de septiembre
Y fueron enviadas cartas por medio de correos a todas las provincias del rey, con la orden de destruir, matar y exterminar
a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, en un mismo día. Ester 3:13.
El decreto que se promulgará finalmente contra el pueblo remanente de Dios será muy semejante al que promulgó Asuero contra
los judíos.—La Historia de Profetas y Reyes, 444.
Cuando los que honran la ley de Dios hayan sido privados de la protección de las leyes humanas, empezará en varios países un
movimiento simultáneo para destruirlos. Conforme vaya acercándose el tiempo señalado en el decreto, el pueblo conspirará para
extirpar la secta aborrecida. Se convendrá en dar una noche el golpe decisivo, que reducirá completamente al silencio la voz disidente
y reprensora.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 693.
Se proclamará el decreto obligándolos a dejar a un lado el sábado del cuarto mandamiento, y honrar el primer día, o perder la
vida. Pero ellos no cederán, ni pisotearán el sábado del Señor para honrar una institución del papado. Los rodearán las huestes de
Satanás y los hombres perversos, para alegrarse de su suerte, porque no parecerá haber para ellos medio de escapar.—Joyas de los
Testimonios 1:131.
Cuando llegue ese tiempo de angustia, cada caso se habrá decidido, y ya no habrá tiempo de gracia ni misericordia para el [278]
impenitente. El sello del Dios vivo estará sobre su pueblo. Ese pequeño remanente, incapaz de defenderse en el mortífero conflicto
con las potestades de la Tierra mandadas por la hueste del dragón, hace de Dios su defensa. Ha sido promulgado por la más alta
autoridad terrestre el decreto de que adoren a la bestia y reciban su marca bajo pena de persecución y muerte.—Joyas de los
Testimonios 2:67.
Vi que los santos sufrían gran angustia mental. Parecían rodeados por los malvados moradores de la Tierra. Todas las apariencias
estaban en su contra, y algunos empezaron a temer que Dios los hubiese abandonado al fin para dejarlos perecer a manos de los
malos…
Los malvados, saboreando de antemano su triunfo, exclamaban: “¿Por qué no os libra vuestro Dios de nuestras manos? ¿Por qué
no os escapáis por los aires para salvar la vida?” Pero los santos no los escuchaban.—Primeros Escritos, 283

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