Los impíos durante las plagas, 20 de septiembre
He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino
de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de
Jehová, y no la hallarán. Amós 8:11, 12.
En el tiempo cuando los juicios de Dios estén cayendo sin misericordia, ¡oh, cuán envidiable resultará para los pecadores la
posición de los que habitan “al abrigo del Altísimo”, el pabellón en el cual el Señor esconde a todo el que lo ama y obedece sus
mandamientos!—Manuscrito 151, 1901.
Y al callar la dulce voz de la misericordia, el miedo y el horror invadieron a los malvados. Con terrible claridad oyeron estas
palabras: “¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!”—Primeros Escritos, 281.
Cristo padeció [en la cruz] mucho de lo que los pecadores padecerán cuando se derramen sobre ellos las copas de la ira de Dios.
Una negra desesperación, a manera de paño mortuorio, rodeará sus almas culpables, y entonces comprenderán la pecaminosidad del
pecado en toda su amplitud.—The Signs of the Times, 15 de febrero de 1883.
Quienes habían menospreciado la Palabra de Dios corrían azorados de un lado a otro, errantes de mar a mar y de norte a oriente [280]
en busca de la Palabra del Señor. Dijo el ángel: “No la hallarán. Hay hambre en la Tierra; no hambre de pan ni sed de agua, sino de
oír las palabras del Señor. ¡Qué no darían por oír una palabra de aprobación de parte de Dios!”…
Muchos de los impíos se enfurecieron grandemente al sufrir los efectos de las plagas. Ofrecían un espectáculo de terrible agonía.
Los padres recriminaban amargamente a sus hijos y los hijos a sus padres, los hermanos a sus hermanas y las hermanas a sus
hermanos… La gente se volvía contra sus ministros con acerbo odio y los reconvenían diciendo: “Vosotros no nos advertisteis. Nos
dijisteis que el mundo entero se iba a convertir, y clamasteis ‘!paz, paz!’ para disipar nuestros temores. Nada nos enseñasteis acerca
de esta hora, y a los que nos precavían contra ella los tildabais de fanáticos y malvados que querían nuestra ruina”. Pero vi que los
ministros no se libraron de la ira de Dios. Sus sufrimientos eran diez veces mayores que los de sus feligreses.—Primeros Escritos,
281, 282.
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