El carácter, cualidad del alma, 3 de agosto
No se hará mención de coral ni de perlas; la sabiduría es mejor que las piedras preciosas. Job 28:18.
Un carácter formado a la semejanza divina es el único tesoro que podemos llevar de este mundo al venidero. Los que en este
mundo andan de acuerdo con las instrucciones de Cristo, llevarán consigo a las mansiones celestiales toda adquisición divina. Y en
el cielo mejoraremos continuamente…
La capacidad mental y el genio no son el carácter, porque a menudo son posesión de quienes tienen justamente lo opuesto a lo
que es un buen carácter. La reputación no es el carácter. El carácter íntegro es una cualidad del alma que se manifiesta en la conducta.
Un buen carácter es un capital de más valor que el oro o la plata. No lo afectan las crisis ni los fracasos, y en aquel día en que
serán barridas las posesiones terrenales, os producirá ricos dividendos. La integridad, la firmeza y la perseverancia son cualidades
que todos deben procurar cultivar fervorosamente; porque invisten a su poseedor con un poder irresistible, un poder que lo hará
fuerte para hacer el bien, fuerte para resistir el mal y para soportar la adversidad.
La fuerza de carácter consiste en dos cosas: la fuerza de voluntad y el dominio propio. Muchos jóvenes consideran equivocadamente
la pasión fuerte y sin control como fuerza de carácter; pero la verdad es que el que es dominado por sus pasiones es un
hombre débil. La verdadera grandeza y [231] nobleza del hombre se miden por su poder de subyugar sus sentimientos, y no por el poder
que tienen sus sentimientos de subyugarlo a él. El hombre más fuerte es aquel que, aunque sensible al maltrato, refrena la pasión y
perdona a sus enemigos.
Si se considerara tan importante que los jóvenes poseyeran un carácter hermoso y una disposición amistosa, como se estima
importante que imiten las modas del mundo en el vestir y el comportarse, veríamos a cientos, donde hoy vemos a uno, que suben al
escenario de la vida activa preparados para ejercer una influencia ennoblecedora sobre la sociedad.—Conducción del Niño, 147, 148.

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